Detrás de cada gran vino hay una serie de decisiones, dudas e intuiciones compartidas.
En las bodegas de Domaines Barons de Rothschild Lafite, el proceso de ensamblaje de 2024 requirió una escucha cuidadosa y mucho entusiasmo. Esta es la historia, de cerca, de quienes prueban, debaten, componen… y, en última instancia, hacen que el vino hable.
Conversación del equipo de 1978 entre las cubas en el Château Lafite Rothschild.
A menudo se piensa que un gran vino surge de manera simple y natural, que todo está predestinado. Pero en el corazón de las bodegas, nunca es tan sencillo.
Cada año, la misma mesa, las copas numeradas, los cuadernos, las caras concentradas… Y sobre todo, esa sensación compartida: aún no sabemos qué vamos a encontrar.
Porque incluso después de la cosecha, incluso tras el proceso de vinificación, nada está definido. El vino aún no ha dicho su última palabra.
Es aquí donde empieza el ensamblaje. Una palabra curiosa para un ejercicio igualmente peculiar: hay que catar cada lote, juzgarlo uno por uno, experimentar con combinaciones, debatir, retroceder, a veces insistir, muchas veces dudar.
“En Lafite, el primer ensamblaje del año siempre se realizaba antes del primer viernes de enero. Mi padre reunía a todo el equipo para almorzar en el château después, y cuando era pequeña, los veía salir de la sala… Sabía si el vino iba a ser bueno por el color de sus dientes. Cuanto más negros, mejor pensaba que iba a ser el año.” Saskia de Rothschild aún recuerda la primera vez que fue invitada a participar. “No debía decir nada, solo catar… pero sentí que alcanzaba el grial.”
Desde entonces, la tradición ha evolucionado: los primeros ensamblajes ahora se hacen en noviembre-diciembre, pero el ritual del viernes de enero permanece. “Elegimos una añada, servimos a ciegas los cinco primeros grands crus de ese año. Quien identifica los cinco puede sentirse muy orgulloso… y siempre terminamos con una Torta del Día de los Reyes.” El ensamblaje es físico, mental y sensorial. “Salimos agotados”, confía un miembro del equipo. No por el vino — aunque también — sino porque todo es intenso. Cada decisión compromete el vino para las próximas décadas. Y basta con una barrica para que todo cambie.
“No somos nosotros, es la tierra quien se expresa.”
Olivier Trégoat
En Lafite, Duhart-Milon, L’Évangile y Rieussec, el ensamblaje es una etapa imprescindible. Pero nunca es una formalidad. Es una serie de decisiones, desacuerdos, silencios a veces tensos y pequeñas victorias. Un verdadero trabajo en equipo, donde cada uno aporta sus certezas… y a veces las deja en la puerta . “No somos nosotros, es la tierra quien se expresa”, susurra Olivier Tregoat, Director Técnico de las propiedades de los Domaines Barons de Rothschild Lafite, fuera de Pauillac.
Y cuando la añada, como la de 2024, se muestra impredecible, el ritual se convierte en una lucha. El vino resiste. Hay que salir a buscarlo.
Château L’Évangile, cada decisión tiene un sabor de evidencia
En Château L’Évangile, la elaboración empieza en un ambiente casi familiar. “Es muy sencillo: Juliette se encarga de todo”, dice Olivier Tregoat, fingidamente serio. “¡Mentira!”, replica Juliette Couderc, Directora de Château L’Évangile, entre risas. La pauta está clara: aquí, no hay protocolos rígidos, sino una complicidad bien establecida.
Nunca son más de seis personas alrededor de la mesa: el Maître de Chai , el Jefe de Cultivo, el Responsable de I+D, Juliette, Olivier, y a veces Saskia de Rothschild. Las decisiones se toman con rapidez, sin fricciones. “Hacemos el 95% del ensamblaje en tres o cuatro sesiones… y después, dedicamos casi tanto tiempo a perfeccionar el 5% restante”, comenta Juliette, con una sonrisa que mezcla realidad y humor. Son esas últimas barricas las que generan los debates más apasionados.
Sesión de cata y toma de notas en el Château L’Évangile, en Pomerol.
Todo parte con una cata exploratoria . Se prueban los lotes uno a uno, a ciegas. Se recuerda el viñedo, la añada, lo que el vino debe contar. Luego llega la clasificación: categoría 1 para los claros aspirantes a gran vino, 3 para aquellos que se eliminan sin remordimientos… y en medio, la famosa “tierra de nadie“ : la categoría 2, ni un sí, ni un no.
“Es un trabajo de orfebrería.”, resume Olivier. Se ensambla, se vuelve a catar, se duda. “No se trata de hedonismo, es un equilibrio sensorial. Lo que buscamos es la armonía. Cuando funciona, nos miramos… y lo sabemos.”
Luego están los medio puntos. Una especialidad propia. “Un 2,5 simplemente significa que no estamos seguros… y que posponemos la decisión”, reconoce Juliette. “Un 1,5 es casi un 1. ¿Y un 2,5? Ahí sabemos que nos espera una larga conversación.”
Jeanne Lutun en sesión de preparación de muestras para la cata de ensamblaje.
También hay que ser realistas. Algunas parcelas son muy apreciadas por el equipo, como Jean Faure Nord-Ouest, la “preferida”, dicen. Pero si no funciona, hay que decirlo. “Por supuesto que hay subjetividad, sobre todo cuando has seguido la viña durante todo el año”, admite Juliette.
Y en 2024, la añada desafió los referentes. Contra todo pronóstico, los Cabernet Franc brillaron desde la primera sesión. Una sorpresa en un año húmedo, donde podrían haber faltado de madurez. En cambio, dos Merlot de terroirs privilegiados nunca encontraron su lugar. “Intentamos que entraran por la puerta, por la ventana, por el tragaluz… pero no hubo manera”, se divierte Olivier.
Este año, tampoco hubo vino de prensa. “Ya no tenían nada que decir”, afirma Olivier. Las fermentaciones largas ya habían extraído lo necesario. No hacía falta añadir más.
«En 2024, todo colgaba de un hilo—hasta que se volvió obvio. Un vintage moldeado por una intuición colectiva.«
Toma de muestras de vino en barricas para las catas en el Château L’Évangile.
Château Lafite Rothschild y Château Duhart-Milon: cuando uno susurra, el otro exclama
Mismo método, mismo rigor. En Lafite y Duhart-Milon, el ensamblaje empieza en invierno. Una primera gran cata en diciembre, y ya se perfilan las personalidades. “Lo interesante es que Lafite y Duhart nunca se revelan al mismo tiempo”, comenta Saskia de Rothschild. Y no es solo una imagen. Duhart llega primero, más expresivo, más demostrativo. Lafite, en cambio, actúa con timidez. “A menudo está un poco más contenido… hay que ablandarlo.” Un vino que juega con las sombras antes de revelarse, como si pusiera a prueba a quienes lo ensamblan.
El protocolo, por supuesto, no cambia. Cada vino se califica del 1 al 3. El 1, es la evidencia: estamos seguros de que ese lote formará parte del primer vino. El 3, será destinado directamente al segundo vino. El 2, es la zona de duda, donde se conversa. Este sistema, aplicado en todas las propiedades, se basa tanto en la sensación como en la experiencia. “No es intuitivo, es sensorial”, aclara también Éric Kohler – Director Técnico. El color, el equilibrio, la textura en boca: todo se lee, se siente, se compara, sin necesariamente usar palabras. “No buscamos si huele a fresa o a regaliz. Buscamos si estamos en Lafite o en Duhart.”
Alrededor de la mesa, la inteligencia colectiva trabaja
Los catadores más experimentados guían, sin dominar. Los que llegan observan, toman notas, escuchan. Y con el tiempo, los papeles se equilibran. Se construye un gusto común. “Cuanto más catamos juntos, más nos acercamos a la misma percepción, a la misma manera de hablar del vino”, dice Saskia. Eso también es el ensamblaje: un lenguaje compartido.
En 2024, ese lenguaje fue de los más densos. Largas sesiones, cuadernos llenos, copas que se suceden, miradas que se cruzan. A veces concentrados, otras veces riendo a carcajadas. Cada uno con su percepción, su palabra justa o su silencio. Se prueba, se anota, se duda. Se aferra a un lote, se defiende, se deja.
Y poco a poco, con idas y vueltas, algo se va formando. No se sabe exactamente cuándo, pero sucede. El vino empieza a hablar. Y todos alrededor de la mesa escuchan lo mismo.
Vinos plenos, vivos, con profundidad y carácter. Un equipo agotado pero feliz. Es el tipo de cansancio que hace bien.
Cuaderno de cata anotado durante los ensamblajes de la añada 2024.
Château Rieussec: el arte de crear lo grandioso en medio de la adversidad
El año 2024 pudo haberse convertido en una pesadilla. Llovió. Mucho. Demasiado. Incluso en plena cosecha. Cada ventana meteorológica era una batalla, cada decisión, una apuesta. “Estábamos muy preocupados”, resume Bertrand Roux, Jefe de Bodega. Sin embargo, una vez que las uvas ingresaron y los primeros lotes fueron vinificados, la esperanza y el deseo volvieron a surgir.
El ensamblaje empieza a mediados de enero: unos sesenta lotes sobre la mesa, cuadernos abiertos, corazones algo apretados. Bertrand, junto a Mathieu Crosnier, Director de Explotación, toman las riendas. Saskia de Rothschild, Olivier Tregoat, algunos otros pilares e invitados: alrededor de la mesa, están los Avengers de los Domaines Barons de Rothschild Lafite.
La primera cata es sin discusión. Cada uno anota de 1 a 5. 1, es Château Rieussec. 3, Carmes. Y entre ambos, la incertidumbre fértil. “Empezamos por las estrellas: Zidane, Messi, Mbappé… son los lotes más brillantes, aquellos que se imponen de inmediato: con cuerpo, complejidad y relieve. Luego, buscamos los N’Golo Kanté”, susurra Bertrand. Se trata de los lotes que hacen el trabajo invisible, los que no llaman la atención pero que aportan coherencia. Esos lotes son discretos pero fundamentales. ¿Demasiado ácidos? ¿Muy grasos? No importa. Con apenas un 2%, pueden cambiarlo todo.
El resto se decide en la probeta
Dos hectolitros más, uno menos. Y a veces, una decisión tomada con precisión milimétrica, como esos dos lotes que tuvieron a todos con los nervios de punta hasta el final: un Sauvignon ultra vibrante y un Semillón con una riqueza excepcional. ¿Demasiado extremos? ¿Muy marcados? Terminan en el ensamblaje, pero con precisión milimétrica, porque son ellos quienes hacen vibrar el conjunto.
Paralelamente, ocurre un pequeño milagro: los Sauvignons, numerosos este año, revelan una frescura inesperada. En bodega, era bueno. En cata, ¡mejor aún! “Trabajábamos un poco a ciegas… pero al final, todo funcionó”, dice Mathieu.
Y, por supuesto, están los debates. Indispensables. Se aferran sobre algunos lotes. Conocen su historia, han seguido su vinificación, creían en ellos. Pero una vez en la copa, se juzgan a ciegas, en grupo. Y esto evita los prejuicios afectivos. “El hecho de ser muchos suaviza las opiniones. Y nadie viene para hacer bonito: todos conocen el estilo que buscamos”, explica.
El estilo, precisamente, ha cambiado. Menos de una riqueza imponente, se busca más finura y mayor facilidad para beber. Un giro iniciado hace diez años, pero que empieza a realmente consolidarse. “Hoy, buscamos un vino vivo, equilibrado, luminoso. Y cada nota que añadimos refuerza esa visión”.
El 2024 no fue un año fácil. Fue un año para resistir y mantener la fortaleza. Y eso hace que el resultado sea aún más valioso. “Estamos muy orgullosos, porque no fue sencillo. Y el resultado es excelente. Todas las personas que participaron en esta aventura pueden sentirse orgullosas, porque todos trabajaron de manera excepcional”, concluye Mathieu Crosnier.
Un vino de precisión, nacido en la lluvia, impulsado por el equipo y elevado por la fuerza del colectivo.
En Rieussec, sesiones de cata y pruebas de ensamblaje para la añada 2024.
2024 en tres palabras: reconfortante, vibrante, lleno de carácter
Una añada de escucha y pasión.
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