Desde el corazón de nuestras bodegas hasta la cima de las listas: Lafite en melodías
Recetas
Notas y acordes, cuando Château Lafite Rothschild se desliza en las listas de reproducción de todo el mundo.
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Notas y acordes, cuando Château Lafite Rothschild se desliza en las listas de reproducción de todo el mundo.
Cada edición de nuestro Periódico incluye unas recetas, yy para mantener viva esta tradición, hemos añadido una. en este artículo. A veces las recetas son como canciones: algunas están hechas para perdurar, otras para sorprender. Y luego están aquellas que nacen de un riff inesperado, de un fuego de sarmientos y de una añada legendaria. Como esa hamburguesa preparada en Château Lafite Rothschild, entre el terroir francés y las vibras neoyorquinas. Una creación a cuatro manos, entre un chef de Burdeos y un beatmaker gourmet.
Aquí tienes su partitura.
Desde las superestrellas del rap estadounidense hasta las melodías etéreas de la Indie Pop, pasando por el grunge húngaro, el nombre de Lafite atraviesa los estribillos como un símbolo de prestigio, de búsqueda o de extravagancia.
Uno podría pensar que Château Lafite Rothschild solo pertenece en salones elegantes y a entendidos capaces de identificar una añada solo por su aroma. Sin embargo, su nombre viaja mucho más allá. Ha encontrado su camino en rimas, versos y ritmos. De Nueva York a Ciudad de México, de Berlín a Shanghai, Lafite se mueve entre géneros como envejece en barricas: lentamente, con confianza y estilo.
En distintas partes del mundo, su rol, su tono y su sabor van cambiando. Porque, tal como no todos tomamos el mismo Lafite, tampoco todos cantamos sobre él de la misma manera.
De Lafite a la calle
Si hubiera que hacer una colaboración (featuring) con un género musical, sin duda Lafite optaría por el rap, el estilo que mejor ha sabido captar su valor simbólico. Jay-Z, Nas, Seth Gueko, Médine… todos lo usan en sus versos como un objeto de deseo. Aunque rara vez para acompañar un queso.
Pero a veces, el uso se desvía. En Salt Baths, Nas, leyenda del Queens, suelta con la elegancia de un sommelier en buzo:
«I ain’t a pastor, pass the Lafite.«
El placer antes que el sermón.
El propio poeta punk del rap francés, Seth Gueko, va directo al grano. El vino ya no fluye en la copa, sino directamente en las venas.
«Régalez-vous les moustiques, mon sang c’est du Château Lafite.“
No solo los mosquitos, también los narcos mexicanos mezclan sangre y vino: en algunos narcocorridos*, Lafite también aparece. Así, en el tema Koenigseeg, entre metales alegres y guitarras nerviosas, se puede escuchar:
«Soy de sangre colorada como ese vino Château Lafite.“
Pero el vínculo entre Lafite y el rap va más allá de una que otra rima ingeniosa. En un episodio del podcast Wine & Hip Hop, la misma Saskia de Rothschild habla de ese diálogo inesperado entre El Bronx y Burdeos. Allí se habla de transmisión, memoria y terroir. Como si el Château, al invitarse en las letras, encontrará una nueva forma de envejecer, al ritmo de los beats.
Y luego está ese momento improbable, casi irreal, que cristaliza este encuentro de mundos: un cheeseburger servido con Château Lafite Rothschild.
En el programa Tasting Notes from the Streets, el chef neoyorquino Jermaine Stone visita el Château para una sesión de maridaje vibrante, entre cultura callejera y sofisticación bordelesa. Pero aquí, es el chef del Château, Jean-Michel, quien se mete a la cocina para reinventar la icónica hamburguesa a su manera.
Asado con sarmientos de vid, filete de cordero, queso oveja de los Pirineos… Y en la copa, un Château Lafite 2011 — un año discreto (receta al final del artículo)
«El vino debe mantenerse vivo,» explica Jean-Michel. «El maridaje también es una cuestión de emoción, no solo de protocolo.»
Jermaine resume la filosofía del día con una gran sonrisa:
«Un vino suave y una carne tierna funcionan muy bien juntos. Es cómodo, es elegante. Es hip-hop y tradición en el mismo plato. »
Y eso es todo: no hay choque de culturas, sino una armonía inesperada. Un Grand Cru servido con una hamburguesa, sin ironías, sin provocaciones, solo por placer.
Después de encontrar su lugar en el hip-hop internacional o junto a una hamburguesa reinventada, Lafite se invita a otros ámbitos — estados de ánimo, silencios y melodías que quedan.
Es otro tipo de maridaje, más difuso, más sensible. El vino ya no acompaña un plato, sino una emoción.
Perderse con Lafite
Lejos de los símbolos de poder, Lafite se convierte en el compañero de las noches que se extienden y de las almas perdidas.
En Dark Vacay de Cigarettes After Sex, la evocación de Lafite es casi fantasmal: «Sipping Château Lafite Rothschild«, susurra la voz pausada del cantante.
Aquí, no es ostentoso ni estatutario. Acompaña una errancia melancólica, un escenario de neones difusos y soledad nocturna. El tono es lánguido, la pronunciación incierta, como si las sílabas mismas se entregarán a la lenta deriva del espíritu bajo los efectos de alguna sustancia.
En Berlín, el grupo Bonapart canta:
«Ist mir egal ob der Château Lafite kaltgestellt ist, denn / Oder vielleicht Korken hat.» (No me importa si el Château Lafite está bien frío, o si tiene olor a corcho.)
El vino ya no es más precioso. Incluso en la ruina, no merece una ceja levantada.
Otro maridaje, desilusionado pero sincero.
Pero no todas las errancias son tristes.
En Goodbye Blue, Lafite se cuela en una rutina sencilla, casi banal: una pizza, un baile improvisado, una canción de fondo. El vino no tiene carácter ceremonial, está allí, sin pretensiones, igual que el resto. Un placer más, al alcance de la mano.
Y luego está Bob Seger, y su Lafite bebido en una locomotora. Un maquinista, con un cigarro en los labios (un pairing que Rieussec no rechazaría), desliza la copa sobre el fondo del motor. Sin mesas ni decantadores, el vino se vuelve pasajero: solo unos tragos robados entre los chasquidos del viaje.
Que sea atravesando una noche en Texas o un sonido en Berlín, Lafite sigue viajando. No viaja solo: cambia de forma, de función, de significado.
Que sea atravesando una noche en Texas o un sonido en Berlín, Lafite sigue viajando.
No viaja solo: cambia de forma, de función, de significado.
De un país a otro, de un género musical a otro, es a veces trofeo, a veces recuerdo, a veces caricatura, o simple escenario.
En el rap alemán, se convierte en un símbolo de elitismo frío y distante.
En Hungría, el grupo Junkies lo diluye en Coca-Cola. Una burla sonora reveladora: Lafite es lo suficientemente conocido para ser objeto de burla.
En Turquía, Rusia, España y Portugal, vuelve en ciclos.
Se bebe en yates, se alza en copas con manos adornadas con diamantes.
¿Podría uno entender por qué Château Lafite Rothschild fascina tanto, hasta el punto de volver a aparecer en letras de todo el mundo?
Un gran vino, como una gran canción, no se explica. Se escucha, se saborea, y sobre todo, no es de uno.
Deja en la imaginación global huellas distintas, como testimonios de su hechizo.
*Los narcocorridos: nada que ver con gallinas traficantes de drogas, son composiciones populares que narran historias sobre el narcotráfico y sus protagonistas.
La receta del burger
Una versión revisitada a la francesa, cocinada al humo de sarmientos y servida con un gran vino.
Por: Chef Jean-Michel (Château Lafite Rothschild)
Inspirado por : Tasting Notes from the Streets avec Jermaine Stone
Ingredientes (para 2 hamburguesas)